jueves, 7 de junio de 2007

Presentaciones y otras formas de tortura moderna.

Qué quieren que les digamos: estamos convencidos de que una de las plagas de nuestro tiempo, en nuestro ámbito profesional, son las presentaciones de actividades culturales.
Y es un fenómeno curioso: el público ansía que comience la función de teatro, o la proyección de cine, o la presentación de una magna obra sobre, pongamos, catas de vino español, interacción y propuestas. Se apagan las luces, el escenario se ilumina y sube un señor (o señora) que, con más empeño que fortuna, emprende una apología sobre lo que se va a ver minutos después. Cuando acaba siguen unos aplausos, cuya intensidad es directamente proporcional al tiempo empleado en la presentación en sí, y que suelen estar motivados más por el alivio que por una sincera convicción. El señor (o señora) desaparece y, por fín, comienza el espectáculo.

El CCE, convencido de la necesidad de registrar usos y costumbres, y sin ningún fin util en particular, ha sistematizado -tras varios meses de observación- la tipología presentacional, sección actividades culturales, en esta nuestra Ciudad de Guatemala, y las subsiguientes reacciones del público asistente, principal víctima de esta curiosa tradición:

1) Formal-Ceremoniosa: Comienza con una lenta y prolongada enumeración de los cargos públicos que asisten al acto; magistrados electos, embajadores, nuncios apostólicos, ciudadanos eméritos, sobresalientes deportistas, artistas consagrados y capitanes de la industria
sonríen entre incómodos y satisfechos cuando se les agradece su presencia en la sala. En los casos graves, también se hace referencia a las señoras de los mismos -excepto, obviamente, en lo que atañe a los susodichos nuncios apostólicos-, que, vaya usted a saber por qué, son identificadas con un adjetivo calificativo y su nombre de pila (caso clásico: "Señor Embajador de la República de Mongolia Exterior y su señora, la adorable Evelyn").
El resto del público -las clases bajas, para que nos entendamos-, presta atención con una mezcla de aprobación y curiosidad ante los primeros cinco nombres, comienza a revolverse inquieto en sus butacas durante los diez siguientes e inicia los procelosos caminos que llevan a las revoluciones si la situación se prolonga mucho más.
Escenario habitual: Instituciones oficiales, institutos binacionales, museos estatales y privados, recepciones y ágapes corporativos.

2) Apologética-revindicativa: El presentador suele estar relacionado directamente con lo que viene después. Inicia con una prolongada acción de gracias, en la que se invoca seres divinos, ayudas familiares y consejos paternales. Continúa con una minuciosa descripción de las ingentes dificultades superadas para llevar a buen término la empresa cultural en cuestión, y concluye con un recordatorio al público asistente acerca de las innúmeras cualidades personales e intelectuales que él mismo presenta.
El respetable, por lo general, reacciona de dos maneras: o bien mostrando una cierta verguenza ajena, que se traduce en carraspeos incómodos, ajustes de volumen de celular y escrutadoras miradas al techo o suelo de la sala, o bien entrando de lleno en el marasmo emocional que el presentador propone. En ese caso suele ser tristemente habitual que la presentación derive en psicodrama, con miembros del público interviniendo para agradecer al presentador su coherencia vital, rectitud moral e ímpetu creativo, virtudes que redundan, como no pueden ser menos, en beneficio de la Patria.
Hábitat común: Libros autoeditados, primeras exposiciones, reposiciones de obras teatrales, cortometrajes, mediometrajes, tratados técnicos, autobiografías, obras de autoayuda.

3) Escéptico-Revisionista: El presentador no está en absoluto convencido de lo que hace y se le nota; voz temblorosa en tono decreciente, presuntos sarcasmos por lo general clamorosamente fallidos y extrema brevedad en su intervención son correspondidas por un denso silencio por parte del público, cuya reacción oscila entre la piedad -las personas con recuerdos de infancia traumáticos, seguidores del Aurora y lectores de Isabel Allende- o la perversa satisfacción -el resto, que tendemos a fiarnos de Hobbes más que de Rousseau-.
Lugar habitual: El CCE, colectivos culturales de zona 1, grupos de ajedrez y damas.

Pero ya saben: siempre hay excepciones, y al final, ni muy muy ni tan tan.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

muchas gracias al CCE por denunciar - por fin!- este gran problema...ahora sólo faltaría que esa gente se atreva a volver a hablar DESPUÉS de la función!!!

Anónimo dijo...

Eso no falta, me temo. Eso ya lo he sufrido.

Juan Pablo Dardón dijo...

JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA!!!!!!!!!
Para quien escribió esto, felicitaciones, qué cague de risa. Y al CCE, por meterse a estos avatares cultuelectroesperpénticos. Saludos gente! JP.

Anónimo dijo...

No importa cuan abominable y rancia sea la presentación. El peor momento se vive, cuando se abre una ronda de preguntas al público y el maldito infaltable eleva su brazo abriendo su apestosa caja de pandora con la frase: "mas que una pregunta es una observación...les quiero compartir...."
es allí donde todo caga y lo nauseabundo de la presentación pasa a ser casi un buen recuerdo.