lunes, 23 de noviembre de 2009

Cuestiones Críticas

Esta columna de Arturo Monterroso fue publicada en El Periódico de Guatemala el día 8 de noviembre. Como ganador de la convocatoria literaria Brevísimos Dinosaurios, Monterroso viajó a Rosario para participar en el II Congreso Internacional Cuestiones Críticas.

Solíamos observar los pájaros, ahora observamos el tiempo”.

Margaret Atwood

Llego a Rosario a las tres y media de la madrugada. Las calles están húmedas y desiertas, los parques vacíos y las casas a oscuras. Un viento fresco sopla desde el Paraná. En el hotel me tiendo sobre la cama, trato de dormir pero no puedo. Llevo unas veinte horas despierto y he estado viajando desde las seis de la mañana. En Ezeiza, uno de los aeropuertos de Buenos Aires, tomé un autobús que me trajo a esta ciudad, atravesando campos interminables apenas adivinados en la oscuridad. Vengo a participar en el II Congreso Internacional Cuestiones críticas, un congreso de críticos y escritores auspiciado, entre otras organizaciones, por el Centro Cultural Parque de España y la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Despierto tarde, voy a comer algo y a caminar un rato. Luego reviso el programa. El congreso incluye ponencias atractivas y la ciudad, como descubriré en los días siguientes, es agradable y cálida. Hay muchos árboles, parques que lo sorprenden a uno a la vuelta de la esquina y largas calles para caminar. Las librerías ofrecen un remanso de tranquilidad para hojear libros o tomarse un café mientras la prisa continúa afuera. “Solíamos observar los pájaros, ahora observamos el tiempo —dice Margaret Atwood en un libro de poemas que abro al azar—. Hubo un día en que no nos importaba. Teníamos paraguas, teníamos hogares. Pero mientras mirábamos a otro lado, a las guerras, a otros divertimentos, el tiempo se arrastraba detrás de nosotros como una serpiente, un asesino o una pantera, y luego se escapaba”.

La Facultad de Humanidades de la UNR, donde se realiza el congreso, funciona en un edificio antiguo que parece estar a punto de caerse en pedazos. El mobiliario parece rescatado de los restos de una guerra y los salones tienen el aire que queda después de una larga reunión contestataria. Llego temprano el primer día pero la gente que organiza la acreditación de expositores aún está preparando sus papeles. Así que me pongo a conversar con Daniel Bagnat, que ha venido de la universidad de Comahue, esa extensa región que queda al norte de la Patagonia. Yo no tengo idea de lo que se escribe en esa parte del mundo y él tiene muy pocas referencias de Guatemala. Así que la conversación resulta provechosa. Luego doy una vuelta por el edificio, cargado de grafiti, como si de pronto me encontrara en la Universidad de San Carlos de los años setenta. A partir de hoy hablarán aquí unos 250 expositores que presentarán diversas ponencias, la mayoría centradas en la literatura argentina. A lo largo de la mañana el calor y la humedad se incrementan mientras la gente va y viene por las escaleras y los pasillos. El primer panel, que trata sobre la obra de Juan José Saer, resulta muy interesante, sobre todo la exposición de Nora Catelli, de la Universidad de Barcelona. Saer es un escritor fundamental en la literatura Argentina ajena al boom, y es considerado uno de los más grandes narradores contemporáneos, aunque reconocido tardíamente.

Más tarde voy a escuchar los trabajos de varios académicos en una mesa cuya discusión se titula: “Relecturas de Borges”. Se trata de una visión que toma distancia, que trata de ver su obra desde una perspectiva actual. Y crítica. Me pierdo la exposición de un profesor chileno para ir a la mesa donde se discute sobre los libros de Saer y César Aira. Se trata de “Variaciones sobre el realismo”. Luego participo en el grupo que discute sobre Clarice Lispector, una escritora cuya compleja visión de la vida interior me ha interesado siempre. Las ponencias utilizan un lenguaje académico pertinente, como es de esperarse, pero a ratos eso dificulta la comprensión al vuelo, sobre todo porque cada ponente tiene apenas 20 minutos para leer una buena cantidad de páginas. Y muchos atropellan las palabras. Además, el calor y la humedad van en aumento. Ya hay más de 30 grados centígrados y la gente se abanica con cuadernos y libretas de apuntes. Decido caminar un rato, volver a la librería, tomar una botella de agua. Es ya la media tarde y las calles están llenas de gente. (Continuará)

Guatemala, 6 de noviembre de 2009


2 comentarios:

Anónimo dijo...

turris eburnea

... como si ustedes supiesen latín

Anónimo dijo...

Cuando desperté, Jorge seguía allí